"Elitismo desinhibido". Jorge Calero, Público. 31/01/2011
Ja vaig parlar-ne en aquest escrit, però l'economista Jorge Calero, president del Consell Superior d'Avaluació del sistema educatiu de Catalunya, ho exposa amb tota claredat i cruesa en aquest article al seu blog del diari Público. Tots els altres articles del seu blog són, d'altra banda, absolutament recomanables.
El nuevo Gobierno de la Generalitat de Catalunya ha aprobado hace pocos días una modificación de los criterios de acceso a los centros educativos públicos y privados concertados. Desde ahora, en caso de empate en el acceso, los alumnos cuyos padres ya estudiaron en el centro recibirán cinco puntos adicionales. La medida deja las cosas claras (por si no lo estuvieran): el linaje cuenta.
Las políticas más avanzadas, las que han conseguido mejorar el nivel y la igualdad de la educación en los países punteros, tienen como empeño principal reducir el fuerte vínculo entre los niveles culturales y educativos de los padres y los de los hijos. El objetivo de tales políticas es que la reproducción de las clases sociales que ha efectuado tradicionalmente la escuela se vea, al menos, atemperada. Pero en Catalunya no. En Catalunya el Gobierno de CiU, en vez de atemperar desigualdades, las refuerza con su política.
Elitismo desinhibido, podemos llamar a esta visión de la educación. La segregación escolar ya está muy asegurada, de antemano, por la segregación urbana: las escuelas concertadas de los ricos están en los barrios donde viven los ricos y ello es un obstáculo casi insalvable para todas las intervenciones desagregadoras. Pero esto parece no ser suficiente: si alguno no acaba de estar donde le corresponde, se echa mano de la genealogía. En nuestras sociedades hemos aceptado un gran nivel de desigualdad con el compromiso político implícito de que, al menos, se haría todo lo posible para no traspasarla de generación en generación; la educación, sin ser la panacea universal, es un buen instrumento para conseguir tal objetivo. La medida de CiU es quizás la metáfora más clara de la involución en la que hemos entrado. Una involución que nos aleja progresivamente de la sociedad dinámica, con un gran nivel de movilidad social intergeneracional, que activa todos los recursos extrayendo lo mejor de cada uno de ellos.
Desde las mismas posiciones conservadoras se hace constante apelación al esfuerzo personal como motor de la mejora educativa. Pero ya ha quedado claro que esas apelaciones al esfuerzo son únicamente retóricas: cuando hay que poner negro sobre blanco las opciones políticas se opta por blindar privilegios hereditarios. En general, no es un buen camino, pero es pésimo en el caso de la educación.
El nuevo Gobierno de la Generalitat de Catalunya ha aprobado hace pocos días una modificación de los criterios de acceso a los centros educativos públicos y privados concertados. Desde ahora, en caso de empate en el acceso, los alumnos cuyos padres ya estudiaron en el centro recibirán cinco puntos adicionales. La medida deja las cosas claras (por si no lo estuvieran): el linaje cuenta.
Las políticas más avanzadas, las que han conseguido mejorar el nivel y la igualdad de la educación en los países punteros, tienen como empeño principal reducir el fuerte vínculo entre los niveles culturales y educativos de los padres y los de los hijos. El objetivo de tales políticas es que la reproducción de las clases sociales que ha efectuado tradicionalmente la escuela se vea, al menos, atemperada. Pero en Catalunya no. En Catalunya el Gobierno de CiU, en vez de atemperar desigualdades, las refuerza con su política.
Elitismo desinhibido, podemos llamar a esta visión de la educación. La segregación escolar ya está muy asegurada, de antemano, por la segregación urbana: las escuelas concertadas de los ricos están en los barrios donde viven los ricos y ello es un obstáculo casi insalvable para todas las intervenciones desagregadoras. Pero esto parece no ser suficiente: si alguno no acaba de estar donde le corresponde, se echa mano de la genealogía. En nuestras sociedades hemos aceptado un gran nivel de desigualdad con el compromiso político implícito de que, al menos, se haría todo lo posible para no traspasarla de generación en generación; la educación, sin ser la panacea universal, es un buen instrumento para conseguir tal objetivo. La medida de CiU es quizás la metáfora más clara de la involución en la que hemos entrado. Una involución que nos aleja progresivamente de la sociedad dinámica, con un gran nivel de movilidad social intergeneracional, que activa todos los recursos extrayendo lo mejor de cada uno de ellos.
Desde las mismas posiciones conservadoras se hace constante apelación al esfuerzo personal como motor de la mejora educativa. Pero ya ha quedado claro que esas apelaciones al esfuerzo son únicamente retóricas: cuando hay que poner negro sobre blanco las opciones políticas se opta por blindar privilegios hereditarios. En general, no es un buen camino, pero es pésimo en el caso de la educación.
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