"Tarancón al paredón. ¿Lo hemos olvidado?", Enric Juliana a La Vanguardia, el Dia del 47è aniversari de la Constitució.
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| "30 años sin el Cardenal Tarancón", Vida Nueva. Pau VI amb els cardenals Tarancón (al mig), Jubany i González, a octubre de 1974. |
Avui fa 47 anys del referèndum de la Constitució. Avui l'Enric Juliana ha escrit un article magnífic, que només podem llegir els subscriptors. És un article imprescindible per entendre el canvi de relacions de l'Església amb el règim franquista, un canvi que va ajudar enormement a la Transició. Diu Juliana: "La anatomía del instante católico (...) que la derecha prefiere no recordar y la izquierda parece haber olvidado". Escrit de manera impecable i documentat fins a l'extrem: llegiu-lo!!! I jo, que continuo essent cristià i comunista en el sentit d'Enrico Berlinguer, reivindico la seva memòria i li reto aquest petit homenatge.
El aperturismo de la Iglesia católica evitó que España se partiese por la mitad en la transición
¿Cómo explicar el franquismo a los jóvenes? Hay un episodio muy didáctico que merece la pena recordar y difundir. El general Franco llegó al poder con el apoyo de casi todos los obispos españoles que firmaron una declaración de adhesión al Alzamiento. (Carta colectiva de los obispos españoles con motivo de la guerra en España, redactada el 1 de julio de 1937). Solo dos autoridades eclesiásticas se negaron a secundar aquella declaración, el cardenal Francesc Vidal i Barraquer, arzobispo de Tarragona, y Mateo Múgica, obispo de Vitoria. Treinta y ocho años después, al morir el dictador, los más acérrimos partidarios de Franco pedían a voz en grito el fusilamiento del presidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Vicente Enrique y Tarancón, arzobispo de la diócesis de Madrid. “¡Tarancón al paredón!”, gritaban los ultras. Algo importante había cambiado.
El cardenal Tarancón (Castellón, 1907-Almazora, 1994) se convirtió en símbolo del aperturismo eclesial en España. La homilía que pronunció durante la proclamación del rey Juan Carlos en la iglesia de los Jerónimos de Madrid, inmediatamente después de la muerte de Franco, fue un hito de la transición. En esa homilía, elaborada colectivamente por un grupo de eclesiásticos entre los cuales destacaba el rector de la Universidad Pontificia de Salamanca, Fernando Sebastián (nombrado cardenal en 2014 por el papa Francisco), el presidente del episcopado pedía de manera vehemente que el nuevo monarca fuese inclusivo y condujese a España a un régimen de libertades, respetuoso con los derechos humanos; un cambio político sin exclusiones, en el que la Iglesia católica no tomaría partido. Esa homilía causó sensación. “¡Tarancón al paredón!”. Anteriormente, el mismo prelado se había negado a que los funerales de Franco fuesen concelebrados por todos los obispos españoles, como epílogo de la adhesión incondicional de 1937. Los funerales los ofició en la plaza de Oriente de Madrid el cardenal primado de España y arzobispo de Toledo, Marcelo González Martín. “¡Tarancón al paredón!”.
El entonces presidente de la Conferencia Episcopal abogó por la neutralidad política de la Iglesia católica en el proceso de transición, y en vísperas de las primeras elecciones democráticas del 15 de junio de 1977 se negó a pedir el voto por la Federación Democristiana, candidatura que se presentaba al margen de UCD. No hubo, de forma explícita, un “partido de la Iglesia” en el 15-J. Un año después, la cúpula eclesial tampoco adoptó una posición abiertamente beligerante en el debate del texto constitucional, aunque defendió sus intereses, especialmente en el campo educativo, a través de los diputados católicos.
Hay que situarse en el contexto de la época para entender el significado de esa decisión. Durante siglos, la Iglesia católica había ejercido una influencia enorme en España. El régimen se había apoyado en la Iglesia desde el principio y la había convertido en su principal soporte ideológico después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Franco se vio obligado a desentenderse de Hitler y Mussolini, a desactivar la Falange y buscar el apoyo de Estados Unidos, cosa que logró en 1953. El nacional-catolicismo se convirtió en la nueva horma del régimen. La jerarquía católica alcanzó grandes cotas de poder y el Opus Dei se configuró como corriente específica del franquismo, con una notable presencia en el Consejo de Ministros y en puestos clave del aparato del Estado. Pero a partir de los años sesenta empezaron a soplar vientos de cambio. En 1965 se clausuraba el Concilio Vaticano II con la propuesta de un aggiornamento (puesta al día).
Pablo VI fue efectuando cambios en el episcopado español hasta conseguir una cúpula eclesial aperturista
El papa Pablo VI tuvo un papel determinante en esos cambios. Giovanni Battista Montini aborrecía el fascismo. Su padre, un abogado católico del norte de Italia, editor de un periódico de orientación católica, había sido hostigado por los fascistas italianos. El cardenal Montini detestaba a Franco, y este detestaba al cardenal Montini. Pablo VI pidió reiteradas veces clemencia para los condenados a muerte en España. Llamó a Franco de madrugada poco antes de las últimas ejecuciones de la dictadura española (otoño de 1975) y el dictador había dado órdenes de que nadie le molestase. Muy gradualmente, Pablo VI fue efectuando cambios en el episcopado español hasta conseguir una cúpula eclesial aperturista: Vicente Enrique y Tarancón en Madrid, Narcís Jubany en Barcelona, José María Bueno y Monreal en Sevilla, Antonio Añoveros en Bilbao. Fernando Sebastián en la Universidad Pontificia de Salamanca. Otros prelados españoles remaron en esa misma dirección, (Carlos Arias Navarro intentó desterrar a Añoveros en 1974 por su toma de posición en favor de “la justa libertad del pueblo vasco”). Pablo VI también invitó a los democristianos europeos a no ceder a la presión del Gobierno español para obtener una adhesión exprés a la Comunidad Económica Europea. Democristianos y socialdemócratas mantuvieron una férrea posición en Bruselas: sin libertades, España no se podía integrar en el Mercado Común.
Pablo VI modeló un episcopado español más aperturista y una parte de la base católica fue evolucionando hacia posiciones de militancia democrática. Una nueva generación de sacerdotes, especialmente radicados en las grandes ciudades, empujó a favor del cambio (manifestación de sacerdotes en la ciudad de Barcelona pidiendo libertad en 1966), sindicalistas católicos en Comisiones Obreras, parroquias abiertas al movimiento obrero y a la oposición democrática. (La Assemblea de Catalunya, órgano unitario de la oposición catalana, se fundó en 1971 en la iglesia de Sant Agustí de Barcelona). Contigüidad de los movimientos cristianos de base con la izquierda. Fundación de la corriente Cristianos por el Socialismo. En el extremo opuesto, un grupo de ultras violentos adoptó el nombre de Guerrilleros de Cristo Rey. En este contexto, Tarancón pidió al nuevo jefe del Estado que fuese inclusivo y que favoreciese una democratización del país sin exclusiones.
Años después vino la amonestación. En 1982, al cumplir los 75 años, edad preceptiva de jubilación para un obispo, el cardenal Tarancón fue convocado a Roma por el papa Juan Pablo II. (Pablo VI había muerto en 1978, y su inmediato sucesor, Juan Pablo I, murió un mes después de ser elegido). Una vez iniciada la audiencia, Karol Wojtyla le espetó: “Usted es el culpable, por su culpa hemos perdido España”.
El Concilio Vaticano II y los cambios generacionales alejaron a parte de la Iglesia católica del régimen de Franco
Pablo VI quiso que la Iglesia católica no fuese factor de discordia en la transición, no quería que se repitiese el drama de los años treinta. Para Juan Pablo II, España y Polonia eran los dos grandes baluartes del catolicismo en Europa, y consideraba que la neutralidad dictada por Tarancón y otros obispos había diluido la influencia católica en un país antaño muy creyente. El cardenal Bueno y Monreal, vicepresidente de la Conferencia Episcopal, recibió otra bronca descomunal en Roma, que afectó gravemente a su salud. A partir de ese momento se produjo un cambio de línea en el episcopado español, siendo su principal conductor el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid durante más de veinte años.
La transición fue un proceso muy abierto, una suma de acontecimientos y de instantes, una relación de fuerzas cambiante. La anatomía del instante católico tuvo como principal protagonista a Vicente Enrique y Tarancón, considerado un peligroso traidor por los ultras que pedían su fusilamiento. Muchos altos mandos militares no estaban lejos de ese deseo de quitarlo de enmedio. La derecha prefiere no recordarlo y la izquierda parece haberlo olvidado. Sin los obispos aperturistas, sin la tutela de Pablo VI sobre los acontecimientos en España, la Constitución de 1978 sería hoy algo distinta, o quizás se habría aprobado con menos consenso social. La Iglesia católica evitó que España se partiese por la mitad en un momento muy delicado. Vale la pena recordarlo y contarlo.

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